La luz artificial de las ciudades no solo impide disfrutar de las estrellas, sino que además afecta a plantas y animales.
La contaminación lumínica, es la alteración de los niveles de luz natural, producida por fuentes de luz artificial.
La luz artificial que arrojamos sobre la Tierra, pone en peligro a animales de diversos ecosistemas. Durante la noche, las luces alteran las migraciones nocturnas de las aves. Las plantas florecen antes de tiempo. Las tortugas marinas evitan anidar en playas muy iluminadas. Las aves cantoras empiezan a trinar más temprano.
La luz artificial nocturna procede de áreas desarrolladas: casas, farolas, hoteles y oficinas. En el mundo, casi el 80 por ciento de las personas viven en zonas con contaminación lumínica. Y el problema no hace más que aumentar, con el cambio a luces LED más baratas y eficientes, más de un 2 por ciento al año.
Las luces LED suelen emitir más luz en longitudes de onda más cortas: luz azul. En humanos, la luz azul provoca un aluvión de efectos en la salud, como la alteración del sueño, ya que interrumpe el ciclo normal de la hormona melatonina.
En los últimos años, han surgido numerosas iniciativas que buscan regular el uso de la luz pública en los horarios nocturnos y evitar los riesgos asociados que conlleva.
Entre las principales soluciones figuran las siguientes: encender edificios solo cuando sea necesario, utilizar diseños con pantallas que impidan la dispersión de la luz hacia arriba, e instalarlas en espacios libres de obstáculos, acogerse a los estándares sobre la potencia de las fuentes lumínicas públicas. Los científicos concluyen que para combatir la contaminación lumínica y poner fin al derroche y a los efectos nocivos que tiene sobre la salud humana y la biodiversidad, habría que llevar un control de las emisiones de luz, y desarrollar políticas de alumbrado que tengan en cuenta cómo utilizar las LED de manera eficiente, porque bien utilizados, este tipo de iluminación podrían ser la solución.