A principios del siglo XX tuvo que disfrazarse de hombre, para poder tomar las armas y luchar contra la dictadura de Porfirio Díaz.
El 4 de abril no es una fecha más para los memoriosos que guardan en un lugar especial de sus recuerdos a los héroes de la Revolución Mexicana. Ese día de 1979 -hace 43 años- falleció en su humilde vivienda de Novolato, estado de Sinaloa, Valentina Ramírez Avitia, popularmente conocida como ‘La Valentina’, aunque también se la llamaba ‘La Mulán mexicana’ y ‘La leona de Norotal’. Fue una valiente combatiente de las tropas que, en 1910, secundaban al general Ramón Iturbe en la lucha emprendida por el pueblo de México, para derrocar al dictador Porfirio Díaz.
Nacida en febrero de 1893 en San Antonio, cerca de Norotal (estado de Durango), Valentina quiso seguir los pasos de su padre, un esforzado labrador y arriero que anunció a su familia su determinación de sumarse a la gesta revolucionaria. En virtud de que las fuerzas insurgentes no aceptaban mujeres entre sus filas, Valentina -de 17 años- tuvo que disfrazarse de varón. Vistió ropas de su hermano, ocultó las trenzas en un sombrero, se hizo llamar ‘Juan Ramírez’, aprendió a montar a caballo y a usar armas y fue al frente con su carabina 30-30 y dos tiras de cartucheras cruzadas sobre el pecho.
Su actuación en el combate de Puente Pumarejo (en Culiacán), que provocó el derrocamiento y destierro del gobernador Diego Redo, decidió al oficial Harold Ramírez a otorgar el grado de teniente a Valentina. Pero, después de haber participado de la contienda durante cinco meses y diez días, un compañero descubrió que Ramírez era una mujer y fue inmediatamente expulsada de las filas militares. Frustrada por el rechazo, Valentina quiso volver junto a su familia, pero no fue aceptada por sus hermanos, ofendidos porque ella había estado ausente de la casa cuando murió su madre.
Décadas después, ese tiempo que dedicó a la lucha revolucionaria fue considerado insuficente por el Estado, para que pudiera acceder a una pensión como veterana de guerra. Ya separada de su esposo Luis Célis (anteriormente se había casado con el coronel Federico Cárdenas), a Valentina se la veía mendigando en los alrededores de la Catedral, antes de ganarse el sustento como empleada doméstica y después lavando y planchando ropa en su modesta casa de Sinaloa. En 1969, la heroína olvidada fue atropellada por un vehículo y quedó lisiada hasta sus últimos días. Fue llevada a un asilo de ancianos en Culiacán, de donde logró escapar. Devota de la Virgen de Guadalupe, se la veía pidiendo limosna en la plaza y en el mercado de Novolato.
Murió en ese pueblo de Sinaloa, el 4 de abril de 1979 y sus restos fueron depositados en una fosa común del Panteón Civil de Culiacán.