Las redes sociales facilitan la emisión inmediata de majaderías, ¿o siempre fuimos así aunque no estuviéramos presentes en la plaza pública?
Cualquier tuit del presidente Peña Nieto en un día cualquiera. Respuesta inmediata tomada al azar: ‘No digas tonterías, monigote de &#@!/%, indignado está todo el pueblo por la desgracia de tener el peor presidente de la historia del planeta’. Emilio Azcárraga, presidente de la principal empresa televisora del país, anuncia el nuevo Teletón, a fines de marzo pasado. Respuesta inmediata en Twitter: ‘Otra vez a robar dinero con esa &#@!/% del Teletón, que no es más que basura’. Belinda, artista pop mexicana, sube una foto suya a redes sociales. Respuesta inmediata de un hombre: ‘&#@!/% vieja, te ves toda cirugiada’. Una reportera de Univisión tuitea, sin más, una nueva foto de perfil. Un personaje masculino aparece y le dice: ‘Te voy a &#@!/%, &#@!/%’.
Baste con asomarse a los muros de candidatos a cargos públicos, funcionarios, deportistas, analistas, figuras públicas, artistas, mujeres. Ahí estará, casi siempre presente, el desfile de insultos. La reacción inmediata es el ataque, el golpeteo y la majadería, en toda la extensión de la palabra.
Como si ese avatar de fotografía (cierta o falsa), caricatura, ilustración o figura de huevo, fuese el refugio ideal para ingresar en la plaza pública y lanzar piedras a cualquiera que no opine como nosotros, a quien hemos catalogado como enemigo, a quien nos parece detestable, a quien sea que aparezca por ahí y que nos resulte ofensivo aunque ni siquiera lo conozcamos.
¿Siempre fuimos así y es que ahora es fácil notarlo? Quizás es porque ahora es más cómodo hacerlo desde cualquier dispositivo móvil, que permite ocultarse en el ciberespacio. La cuestión es que vivimos la era de la consagración del insulto.
Lo penoso del caso es que la transmisión de injurias no tiene nada que ver con el ejercicio de la crítica. De hecho, el insulto, grito ahogado por la falta de fundamentos, es un obstáculo a los argumentos inherentes a la crítica. Mientras ésta tiene un valor fundamental para fortalecer cualquier sistema democrático, el insulto es mero ruido, piedra en el zapato, gorgojo en el frijol. Más preocupante que las ofensas estruendosas contra servidores públicos, que por definición tienen que pasearse por la plaza del pueblo desde tiempos remotos y que, a fin de cuentas, parecen generar blindaje contra las golpizas verbales, es la manifestación constante de descalificaciones, burlas, escarnios y ofensas agresivas contra las mujeres...por el sólo hecho de ser mujeres. Ni hablar de la lluvia lamentable que contiene el ácido del racismo, el clasismo, la homofobia, la discriminación, la misoginia, el machismo y demás ismos que parecen ser práctica común en los ríos de comentarios de las redes sociales.
¿Prerrogativa de este país? Seguramente no. Pero conviene atender el problema, síntoma de una descomposición que forma parte de los escenarios de la creciente violencia que azota a nuestro país.
JAVIER MARTÍNEZ STAINES
Periodista y director fundador de ThinkTank New Media. Autor de dos libros y devoto de la gastronomía, los viajes, el yoga, la música, el cine, el whisky, el mezcal y las buenas conversaciones.
Twitter e Instagram: @javierstaines